30 de septiembre de 2021

Eterna

Me despierto pero no abro los ojos porque estoy muy cómodo, estoy adormecido y me gustaría seguir durmiendo...

Imagino cosas, historias y escenarios de fantasía mientras escucho el típico sonido que hace la lechuza.

Dejo de pensar y comienzo a concentrarme en los ruidos, hay más pajaritos, el ruido del agua que cae de la manguera mientras se llena la pileta con mucha lentitud. 

Me destapo la cara pero sigo sin abrir los ojos. Es ahí donde siento la luz que entra por la persiana americana entrando por mis párpados. Ahí es cuando escucho a mi abuela, ya sé muy bien dónde estoy...

Abro los ojos, me siento en la cama, me veo en el reflejo de un viejo televisor de tubo y me doy cuenta que tengo 6 años. 

Grito "¡Pitaaa veni!". Al verla todo esta bien, no hay exaltación, solo sensaciones felices. Me levanto y vamos a comer algo.

Mientras ella hace sus cosas me paso todo el día en la alfombra del living jugando con muchos soldaditos de plástico aparentemente  inanimados pero que libraban las batallas más épicas.

¡Se hizo tan rápido de noche! Ya es hora de dormir y ya no es más verano, hace frío y ella trae la plancha a la habitación, entonces calienta las sábanas un poco para poder acostarme más calentito. Me duermo al instante.

Al otro día estoy en otro lado, otra casa, no entiendo que pasa, tengo recuerdos muy borrosos de ese lugar pero sé donde estoy. Busco a alguien sin lograrlo. Es ahí cuando aparece ella nuevamente, es todo alegría y buenas noticias, nacía mi hermano... Nos cambiamos rápido y vamos al hospital.

Pasa el día y volvemos a su casa. Jugamos al bingo con cartoncitos y me pide que la ayude a hacer ovillos de lana. Después, antes de comer me trae una olla llena de chauchas y me pide que las abra todas. ¡No había tareas más divertidas!. Me duermo muy cansado mirando las cortinas de su habitación decoradas con mis dibujos para ella colgados con alfileres.

Molesto. Muy molesto... Así podría calificar a cómo me desperté al día siguiente. Mis hermanos muy chicos gritaban, se reían, se peleaban y corrían entre medio de los gritos de mi vieja y mi abuela para que se calmen. Es ahí cuando me levanto de golpe y veo que estoy en mi habitación, ya no sé si tengo 10 u 11 años pero no me importa, estoy muerto de calor y sólo quiero ir a la pileta. 

Estamos ahí, riendo, salpicando, jugando y ella está ahí cuidándonos como un guardavidas. Nos reta, se ríe, nos ofrece comida, mates o simplemente compañía pero ahí esta.

Después de tanta diversión termino agotado y me acuesto a dormir una siesta. 

¿Para qué me dormí? Siento un dolor terrible en la pierna. Me toco y tengo un yeso. ¡Increíble!. Ya sé muy bien que ando por los 14 años... Ella ahí al lado, viendo que no me falte nada, ofreciéndome ayuda para bañarme, para moverme, viendo que no me tropiece, que no tenga frío. Necesito que sea otro día, no soporto el yeso.

Nuevamente me despierto en otro lugar, ya estoy cansado de esa movida, es un lugar más chico y me siento alejado de todos y todos los ruidos de la casa y la gente. Estoy en la habitación de afuera, quería que el tiempo pase pero no tan rápido. ¿Qué tendré? ¿Veintidós años?. 

Debe tener un por qué ese salto tan grande y de seguro es el quiebre que me generó irme de adentro. El gusto a la independencia aunque sea una independencia ficticia ya que vivo en la misma casa.

Ahí es donde empezaron los sentimientos de desarraigo, silencio, pensamientos maduros y soledad. Pero no todo era malo, empezaban las metas, el trabajo duro, el estudio duro, las ganas de progreso y el crecimiento personal.

Ella iba a coser a un lugar, hacia hermosos vestidos para casamientos y quinceañeras. Lo primero que hacía al volver de ahí era venir directamente a la ventana de mi habitación a saludarme. Siempre. No hubo un día que falte. Siempre venía con ganas de tomar mate, comer algo o simplemente saludarme y ver como estaba. Yo siempre esperaba esa hora, sabía que venía a mi habitación a saludarme y aunque algunas veces me molestaba porque estaba estudiando, valoré cada día. Hasta las veces que tuve fiebre o alguna otra cosa y ella estaba ahí, en la punta de mi cama.

Vinieron cosas nuevas y dejé la casa. Hablábamos por teléfono todas las noches, siempre nos veíamos por videollamada aunque en el día hubiésemos estado juntos.

La iba a visitar a su casa, la ayudaba con lo que necesitaba y al tener que irme, siempre quedaba la misma escena de ella saludándome desde la ventana o el balcón.

Nos separamos físicamente en la cotidianeidad pero siempre estuvimos juntos...


Tengo 27 años. Esta vez no me quiero despertar porque sé lo que pasa.

Suena el maldito celular. Es sábado y son las ocho de la mañana. Es mi hermano.

Sé que no es algo bueno.

Digo de nuevo. No me quiero despertar en este relato, porque todavía no me desperté en mi realidad.

Hace tres meses que estoy dormido, sigo entender que pasó. 

Sigo sin entender que te fuiste. 

Sigo esperando las llamadas de todas las noches. 

Sigo mirando al balcón cada vez que me voy de tu casa.

Sigo sin querer mirar fotos ni videos para no quebrarme.

Sigo pensando todos los días en vos.

Tu cariño, tus frases, tus cantos, tus formas, tu esencia, el amor que siempre diste.

Fuiste, sos y serás siempre mi segunda madre. No me diste la vida pero me la cuidaste siempre.

Gracias para siempre. Si hoy soy quién soy, es por Ella.